EXPANSIÓN URBANA frente a barrios marginales: retratos sociales
La
migración hacia las ciudades capitales, así también la expansión urbana, y como
consecuencia, en algunos casos, la aparición de barriadas informales, posee
fuerza explicativa porque ha producido cambios en las economías locales, asociados
con procesos agro-industriales que en muchos casos han generado transformaciones,
causantes de incertidumbre en la población[1].
La
ciudad históricamente fue vista como ámbito facilitador de variadas
oportunidades: infraestructura, consumo, servicios, vida social ampliada. Algunos
autores las han calificado como “economías de aglomeración” por ser síntesis de
concentración de capital físico:
infraestructura, transporte, puertos, saneamiento, red eléctrica, entre otras
particularidades; de concentración de
capital social: diversidad cultural y educativa, oferta de recreación y de concentración de consumidores que
promueven la aparición de oferentes de servicios que aseguran fuentes laborales
diversas.
Si
bien es un ámbito que ofrece servicios, que se visualiza como un espacio de
inversión y competencia, la ciudad es un espacio de marginación y exclusión
para aquellos que no logran insertarse. Los beneficios que son brindados a la
vez generan selección.
Castels
(2001)[2] advierte que los migrantes
encontrarán en los espacios urbanos diferentes coyunturas que determinarán su tipo
de localización. Señala que a los pobladores les requerirá de una adaptación
particular. El autor las especifica, como ciudades de nueva economía.

Berardi,
L. (2017). Complejo habitacional en barrio periférico/ Construcción de la década
de los 60.
Según CEPAL (2016:52) para el caso de
Montevideo, “(…) esto se traduce en el crecimiento de la población de bajos
ingresos en las periferias urbanas críticas, el vaciamiento de la ciudad
consolidada, el importante crecimiento de los asentamientos irregulares y el
distanciamiento territorial entre sectores sociales de nivel socioeconómico
bajo y sectores sociales de nivel socioeconómico medio y medio-alto”.
El foco en los barrios, un nuevo perfil
urbano.
¿Qué no se ve cuando miramos la foto de
un barrio informal?
La
palabra Ciudad siempre ha estado asociada
con desarrollo productivo, cultural, social, con oferta laboral y con servicios
innovadores entre otros beneficios[3]. Esto en algunos barrios
ha cambiado, los análisis demográficos más recientes recogen inquietudes no
atendidas, visualizan espacios deprimidos, infraestructura deficitaria en
servicios, ofertas laborales escasas e informales, a lo que se agregan
dificultades para la localización y el alojamiento de las personas. Dichas
realidades combinadas, disponen la imagen de algunos barrios de la ciudad y no
necesariamente de los más alejados del Centro. Se está ante un escenario preocupante
dado que investigaciones en el campo demográfico proyectan que para el
2050 -en tres décadas- 86 de cada 100
personas serán habitantes de las ciudades latinoamericanas.
La
historia mostró realidades muy diferentes. Los movimientos migratorios del
siglo XX estuvieron motivados por procesos industriales ofertados desde las
ciudades; estos requerían la presencia de abundante mano de obra. Quienes
llegaban, muchas veces de modo aluvional, se agrupaban en extensiones previstas;
así se crearon los barrios obreros en los que el nucleamiento se producía según
actividades a desarrollar. De este modo surgieron: barrios industriales, textiles,
frigoríficos, y otros de comercios de variados rubros. Este escenario tuvo un
impacto favorable; en ellos fue visible el crecimiento industrial, económico,
la diversificación poblacional y como correlato una dinámica social que
retroalimentaba el entorno. Pero a mediano plazo se hizo visible el impacto
desfavorable; de modo lento se iba produciendo un poblamiento desordenado
provocado por la permanente llegada de familiares, en algunos casos del medio
rural, los que venían para quedarse.

Berardi,
L. (2017). Imagen de poblamiento informal.
Al hacinamiento
se agregaba informalidad laboral, nueva pobreza o pobreza trasladada que añadía
carencias e incertidumbres. Se ocupaba de modo ilegal una parte del suelo; así
se conformaban nuevos barrios y se construían frágiles viviendas. A la
precariedad de los materiales usados se sumaba la labilidad de las relaciones
que se desarrollaban entre nuevos y viejos pobladores.
La
imagen externa de estas viviendas daba la sensación de una obra en “permanente
construcción”; se les distinguió como “viviendas progresivas”, de lenta
resolución: allí se albergaba a los nuevos integrantes. Estos alojamientos
permitieron una original lectura social: en ellos se entrecruzaba solidaridad, inquietudes
e intereses diversos pero siempre contextualizados en la atención con estrategias
de sobrevivencia.

Berardi,
L. (2017). Vivienda en construcción. Terreno inundable.
En
general se ocuparon terrenos bajos, sin saneamiento, con precario o nulo
tendido eléctrico que los convirtió en zonas de riesgo físico y social,
situación que afectó la calidad de vida de los pobladores. Los nuevos
vecindarios fueron cualitativamente semejantes. Los caracterizaba una cierta
homogeneidad que aunque no siempre fue manifiesta llevó a que algunos autores, investigadores
en estos colectivos, señalaran como variable de interés lo que denominaron
“efecto vecindario”.[4]
Cabe
destacar que el crecimiento urbano, con el agregado de las características
mencionadas, se produjo a un ritmo que desbordó la capacidad institucional para
atender demandas[5].
Entre otras particularidades en estas viviendas, en pocos años se agruparon
varios hogares. Dichas áreas, tanto en Montevideo como en otras ciudades
capitales, mostraron una abultada carga demográfica que impactó en la vida
cotidiana de los entornos próximos. Estos no estaban previstos para asumir la
atención inmediata y/o los requerimientos específicos que se producían; una alta
y desordenada urbanización generó dificultades en un suelo no preparado para
recibir moradores que necesitaban variados servicios.
Para
Chaparro (2014), la urbanización reúne: aglomeración
espacial y física de pobladores. El autor advierte que dicha situación genera
cambios en distintos escenarios; explica que se originan renovaciones macro,
meso y micro sociales que favorecen o retraen el desarrollo de la zona. Otros
análisis contribuyen con la descripción de lo que se “esconde” en la imagen de
los nuevos barrios. Los procesos de urbanización, en la interpretación de
algunos autores, tienen relación con lo que definen como: a.- factores de arrastre y b.- factores impelentes. En el caso de los
primeros, asociados con movilidad socio-económica, se los entiende como multicausales,
dado que se relacionan con: búsqueda de oportunidades laborales, educativas, de
servicios variados, patrones del bienestar familiar, porque modifican la vida
de las personas. Los factores impelentes
tienen relación con transformaciones en las tecnologías de producción agrícola
e industrial, dado que cambian los procesos de producción y los tipos de
productos requeridos. Las innovaciones generan migración rural por falta de
fuentes de trabajo, empujan a las ciudades a pobladores que se han empobrecido
o van en camino a ello, dado que el campo ya no los involucra. Al migrar se
pierde la red de contactos y esto llega a ser central a la hora de adecuarse a
nuevos grupos. La pobreza urbana es cualitativamente diferente de la pobreza
rural, entre otros aspectos es más visible.
En
síntesis, el espacio, como territorio ocupado por poblaciones vulnerables, debe
ser analizado en su estructuración físico-social, dado que es un lugar en el
que se produce y reproduce vida humana, en el cual se visualizan injusticias
sociales que “marcan” el ánimo de sus moradores.

Berardi,
L. (2017). Tiempo libre.
Uso
del tiempo libre, actitudes que definen intereses diversos, relacionamiento
social no convencional, velocidad de reacción, en general violenta, son
situaciones que se conjugan en la dinámica de estas barriadas.

Berardi,
L. (2017). Espacio de recreación.
De
hecho, se produce una separación territorial y social de pobladores -antiguos y
nuevos- que los convierte en grupos homogéneos, polarizados, generándose lo que
llamamos segregación residencial. La homogeneidad en estos ámbitos tiene un
efecto negativo; los pobladores se encuentran
reunidos por condiciones de exclusión socio-espacial muy duras y desarrollan códigos de sociabilidad
diferenciados. En el caso de los pobladores más antiguos estos códigos
contienen rastros de las condiciones socio-económicas previas, es decir pesa la
historia de consolidación vivida, la que fue muy diferente a la actual.
La
historia fundacional condiciona y explica las situaciones disonantes que
ocurren muchas veces en la vida diaria[6]. Entre los nuevos
pobladores hay señales que operan como condicionantes que contaminan el
comportamiento del vecindario. Si bien una construcción social los identifica,
a la vez los diferencia. A la segregación espacial objetiva se agregan
sentimientos, disposiciones que fundan una segregación subjetiva que contribuye
a disminuir la autoestima. A la imagen propia, la que reconocen como
desvalorizada, se le suma la indiferencia que la sociedad trasmite. El estigma
socio-espacial posee una fuerza que trasciende y marca la vida de estos
pobladores, porque entienden que desde esa imagen se les juzga y se les valora.
Consolidada
la ocupación formal, legal, llegan más tarde, de modo aluvional, y en general
sin planificación previa, pobladores que se asientan de modo informal.
En
las últimas décadas, -en el caso de Montevideo- en el marco de la
implementación de programas habitacionales, se realizaron actividades que
implicaron una labor específica en la búsqueda de fortalecer lo social.
“La
vulnerabilidad social está condicionada por la interacción entre factores
macrosociales y microsociales. Estos van desde las pautas culturales, la
estructura socioeconómica, los roles de género y las políticas públicas a las
características particulares de los individuos. Estas últimas refieren a las
conductas, percepciones y actitudes individuales que permean “estilos de vida”.
(CEPAL, 2016:60)
El foco en los pobladores: nuevos
rostros urbanos.
Como
se mencionaba, en los barrios informales se concentran pobladores vulnerables,
ciudadanos que conviven en escenarios de riesgo, de inequidad socio-espacial, condiciones
que los torna a la vez doblemente informales. Ocupan ambientes urbanos
constrastantes, producto de sus variadas oportunidades; el tipo de vivienda que
habitan, el equipamiento del que disponen y la inserción laboral también precaria
o informal, los convierte en una población que posee dificultades para vivir. Se
integran al barrio con un saldo negativo[7]; en las viviendas se
constituyen hogares múltiples, predomina la jefatura femenina, madres jóvenes[8] con muchos niños a cargo.
Las imágenes
fijas o dinámicas en las que se puede visualizar la vida y el entorno de estas poblaciones
permiten comprender la estructura social antes señalada: es posible captar la
relación recíproca entre lo espacial y lo social.
El
retrato de estos colectivos encubre sentimientos y emociones, huellas que
explican la compleja relación social que se produce en escenarios en los que,
si bien convergen diferentes generaciones, poseen similares inequidades que explican
sus vidas. Habitar un caótico ordenamiento territorial, que problematiza la
prestación de servicios, hace difícil la mejora de las mínimas necesidades[9].
Por
otra parte, estos grupos conforman un colectivo sin representación directa, con
escasa o nula voz, deben aprender a representarse, necesitan aprender a valorar
y a valorarse. Primaria incompleta es en general el nivel educativo más alto
alcanzado por la media de estos vecinos; dicha realidad explica la escasa
inserción laboral formal que en general consiguen. Son poseedores de un capital
cultural muy débil, capital cultural sin certificación, que a la vez los inhibe
tanto en la comprensión oral como escrita. A las trayectorias educativas
truncadas suman dificultad para acceder al mercado de trabajo y cuando lo
hacen, en general, logran empleos precarios.
Ardiles
(2008:136) parafrasea a Willis (1961) y plantea:
“(…)
el estilo de vida y los valores que conforman la cultura del contexto donde se
localiza el fenómeno de la pobreza, constituye el ambiente en el que coinciden:
alta proporción de familias encabezadas por mujeres, acortamiento del período
de niñez, escasa organización social, individualismo, insolidaridad, ausencia
de participación socio-política, apatía, resignación, que a su vez se transmite
de una a otra generación reproduciendo la pobreza indefectiblemente”.
Los
aportes teóricos de Bourdieu[10], aunque producidos en la
década de los 60, cobran cierta vigencia. Si bien el autor, en su investigación,
compara clases sociales y específicamente proletariado vs sectores con mejores
recursos socio-económicos, situación muy diferente a la que nos ocupa, interesa
rescatar apreciaciones como las que tienen que ver con el sentido del gusto.
El
sentido del gusto[11], puesto en elecciones y
disposiciones de diferente alcance -música
escuchada, canciones, indumentaria, vestimenta elegida, cocina mencionada como favorita,
paseos preferidos, decoración de la vivienda- está forzosamente relacionado con
las condiciones sociales en que se desarrolla la vida del sujeto. El tipo de
consumo, la calidad de lo adquirido, la frecuencia en que se realizan compras y
el tipo de bienes deseados, son indicadores en la búsqueda que el autor
pretende para su estudio. Bourdieu (1998:108) trabaja específicamente para
demostrar cómo en el sentido del gusto existe determinación económico-social;
advierte cómo la apreciación y percepción acerca de los objetos u externalidades
de la vida, son propias o están condicionadas y provienen de una construcción
social previa. Dicha construcción social se produce en un espacio físico, se
cimenta en la ocurrencia del relacionamiento social natural que se origina en
el propio grupo.
Para
Bourdieu el desplazamiento de los individuos en el espacio social no casual ni azaroso.
De este modo, el autor aclara que existen fuerzas de la propia estructura
espacial que se imponen a los individuos y ante las que afloran sus propias
disposiciones.
Interesa
a nuestro propósito de interpretación, cómo Bourdieu desarrolla la idea de que
el estilo de vida de las personas está en directo vínculo con los “hábitus”
compartidos por los colectivos que conforman. En dichos “hábitus” se unifican y
generan actitudes, aptitudes, comportamientos, gustos, preferencias identificables.
En aspectos externos la vestimenta y el lenguaje, en otros aspectos la vivienda
y su decoración, el mobiliario y la disposición del mismo, son señales
homogeneizantes.
Si
bien el “hábitus” inclina la elección del colectivo, cabe destacar que el
gusto, que atraviesa las decisiones, para Bourdieu (1998:177) está asociado con
“(…) una elección forzada, producida por unas condiciones de existencia que, al
excluir como puro sueño cualquier otro posible, no deja otra opción que el
gusto de lo necesario”, de lo posible, dada la condición en la que viven.
Otras condiciones que hacen a la vida de
estos pobladores.
La
dificultad de obtener imágenes directas, fotos/videos, dado el necesario
respeto de los espacios privados, impide ahondar en: el cómo viven; en conocer
qué guardan en sus despensas?, ¿qué adornos eligen para sus casas?, ¿cómo
disponen sus muebles?, ¿qué presencia tienen en estos hogares los símbolos
religiosos o de otro carácter?
En
algunos la vestimenta encubre “modelos buscados”, reproducen la necesidad de
poder, de valor. En el caso de las mujeres, además, este poder está
representado en el relacionamiento con un varón “reconocido” por el grupo, en
general por atributos negativamente representativos.
Expresiones
de Ardiles (2008:136) restringen nuestras expectativas cuando afirma: “(…) podemos
suponer que, si un individuo cualquiera ha sido socializado en este contexto
cultural de la pobreza, mantendrá sus prácticas sociales y discursivas de forma
definitiva. La cultura de la pobreza aísla al pobre y los somete a sus
designios. Tiene sus rasgos. Con ella ocurre algo semejante a lo que sucede con
la herencia genética. Confina al hombre a su situación y le impide aprovechar
las oportunidades y posibilidades que la sociedad le podría ofrecer”.
A
modo de cierre
Tener
en cuenta la desigualdad de estos pobladores es un desafío permanente. En estos
escenarios se generan costos sociales y económicos que deben ser atendidos como
prioritarios. Planes sociales, educativos[12], junto al aggiornamiento
del sistema jurídico, son ejes sustantivos, de atención permanente. Se trata de
la necesidad de fortalecer la vida social en un amplio sentido.
El
artículo tuvo el propósito de trabajar desde una visión en la que fuera posible
conjuntar la realidad con la teoría que la explica. Con respecto a la realidad,
no conocida de manera generalizada, salvo por aquellos directamente
involucrados por sus trabajos puntuales en las zonas referidas, solo era viable
mostrarla a través de imágenes. En esta intención, la de hacer posible la
visualización, apareció el escollo. Recoger imágenes significa “invadir” la
vida del otro, ese “otro” que en general ha sido despojado, asediado, porque
una y otra vez su entorno, sus vidas, pasan a ser noticia. Dicho intento, en
parte es logrado al citar algunos aportes de imágenes del cine documental y de
fotos recogidas en “redes sociales”, sumadas a otras recogidas de modo directo.
El
siglo XXI, siglo de imágenes y tecnologías que avanzan, sumado a los aportes
teóricos provenientes de la “sociología y antropología visual”, agregan la
posibilidad de conocer e interpretar dichos espacios. No se trata solo de ver,
sino de ver bien, ver con criterio científico, con método. Dichas disciplinas exploran
el enseñar a ver, a analizar la mirada y sobre todo a divulgar imágenes con
criterios valorativos, pero desde una postura académica, lejos de solo
contribuir a la crónica “roja”. En dichos ámbitos académicos la imagen gana
campo dentro de la investigación social. Las imágenes contienen observación,
intención. Si bien incluyen la subjetividad de quién la produce, por sobre este
aspecto, asoma una forma respetuosa de divulgación. Las imágenes agregan vida a
descripciones hechas por quienes trabajan en dichas zonas. A la palabra se
anexan realidades vivas. Así, la significación de la pobreza, el rostro de la
pobreza, es captado con una diferente dimensión. Cuando la realidad,
explicitada mediante la palabra, se complementa con imágenes, es posible
descubrir sucesos y presencias no advertidas, no manifestadas.
En
síntesis
La
conformación de barrios informales tiene una base socio-económica altamente
significativa. Estos barrios, antes “cantegriles”, hoy asentamientos informales,
si bien tuvieron su origen en la década del 40, con intervalos han mantenido
similares rasgos de constitución.

Berardi,
L. (2017). Imagen de asentamiento. Visible precariedad y desorden ambiental.

Berardi,
L. (2017). Imagen de vivienda en terreno inundable.
Cincuenta
años después -década de los 90- diferentes motivaciones nuevamente producen
migraciones, algunas en la búsqueda de beneficios ambientales, búsqueda de
mejora en la calidad de vida y otras en la línea histórica de desplazamiento
por condicionantes económicas, quizá a calificar como un tipo de expulsión
urbana. En el primer caso la franja costera de Canelones es la receptora de
nueva población, mientras que otro caso se produce dentro del propio
departamento de Montevideo, hacia zonas alejadas del Centro. En este
desplazamiento, en principio, fue posible detectar cierta influencia política[13]/[14]; “los migrantes” poseían
conocimientos acerca de sus derechos con respecto al uso de la ciudad, de sus
espacios, y lo hicieron con fundados criterios en cuanto a la ocupación y a la
distribución espacial que realizaban. No se descuidó la idea de que se
concretara una futura urbanización que requeriría de zonas específicas para
servicios, caminería, saneamiento, entre otras necesidades.
Así
como la industrialización nucleó pobladores a los que facilitó su localización,
la desindustrialización y el tiempo de crisis provocó la precarización y como correlato
la expulsión de las áreas centrales de la ciudad.
La
realidad de esa época ya no es la misma, han cambiado los intereses, lo
cultural ya no tiene la relevancia que condicionaba la participación en ámbitos
de decisión. Hoy esta realidad, de escasa o nula intervención e
involucramiento, desordena la relación en el vecindario, enturbia la mirada con
que se recibe a los nuevos ocupantes. Se percibe que ya no es posible mantener
las normas comunitarias creadas por las necesidades de convivencia. Ha variado
el capital social aportado, los nuevos pobladores llegan con urgencias
socio-económicas, pero a la vez con modalidades de resolución que no se comparten
por los antiguos residentes. A los nuevos códigos de vida que despliegan, se
agrega la precariedad laboral, aspecto que condiciona aún más la forma de
integración y por tanto la convivencia diaria.
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[1]
Dato de
interés que aporta CEPAL (2017:18). “A nivel de migración doméstica es
necesario destacar que la migración campo-ciudad y la migración entre las
ciudades en ALC ha tenido una tendencia al decrecimiento. El crecimiento
demográfico urbano en el conjunto de la región ha tenido un alto aporte en la
migración campo-ciudad; durante la década de los 80 el aporte de la población
desde el campo fue de 36.6% y de 33.7% en los 90 (UN-Hábitat, 2012).
Actualmente la migración interna es de ciudad a ciudad (CELADE población,
territorio y desarrollo sostenible).
[2]
Castels
(2001:8) “(…) las
ciudades son claves tanto como productoras de los procesos de generación de
riqueza en el nuevo tipo de economía como de la capacidad social de corregir
los efectos desintegradores y destructores de una economía de redes sin ninguna
referencia a valores sociales más amplios, más colectivos o no medibles en el
mercado, como, por ejemplo, la conservación de la naturaleza o la identidad
cultural”.
[3]
Estudios
aportados por Hardoy (1974) señalan que América latina fue una región
históricamente urbana; el autor cita aspectos de la vida en las ciudades
coloniales, como Cuzco y Tenochitlán a los que agrega resultados arqueológicos
de la zona amazónica de Brasil en los que se evidencian sus presupuestos. Dicha
aglomeración tuvo como motivos cuestiones administrativas, de seguridad y
vinculadas al comercio. CEPAL
(2017: 22). “La
informalidad refuerza las desigualdades sociales y espaciales, tanto en
términos de ingreso como en el acceso a la protección social, agravando la
vulnerabilidad social y territorial”.
[4]
BID
(2009:22). “Este
fenómeno ha sido extensamente analizado mediante un examen de la interacción
social, la exclusión y el capital social. Los vecindarios producen tanto
externalidades positivas como negativas”… (Cabe señalar el aporte sustantivo
que supone la lectura de la Parte I del citado documento).
[5]
El
poblamiento de las periferias, en las últimas décadas del siglo XX respondía a
otras inquietudes: recreación, turismo, en oportunidades localización familiar,
y de este modo la zona se convertía en “ciudad dormitorio”, sin urgencias en el
reclamo de servicios básicos, estos se resolvían en la ciudad.
[6] Documental argentino. Recorridos Urbanos - Villas miseria y delincuencia.
[7]
Es
pertinente la descripción demográfica que realiza Filgueira (1994:150), cuando
señala rasgos típicos del ámbito del cual surgen estos pobladores. “(…) la
estructura y composición de los hogares en situaciones más precarias se
caracterizan por la fuerte carga de dependientes en las edades más jóvenes, por
el número relativamente escaso de adultos en edad activa, por la relativa
incompletitud de la pareja, precariedad de la relación, y por encontrarse en un
ciclo de vida relativamente joven”.
[8]
CEPAL (2016:49)
“La maternidad en la adolescencia es un fenómeno complejo que no solo involucra
a la adolescente y su familia sino a la sociedad en su conjunto” (…) “en la
mayoría de los casos, (…) es una expresión de desigualdad social que limita el
desempeño futuro de esas jóvenes”.
[9] Filgueira (1994:151)
ilustra esta realidad cuando afirma: “(…) a mayor deprivación relativa peores
son la calidad y los servicios de la vivienda…en los hogares insatisfechos se
constata un elevado porcentaje de familias donde la tenencia de la vivienda
corresponde a condiciones de “ocupantes de hecho” y “usufructuarios”.
[10]
El autor en
1979 publica sus hallazgos acerca de las distinciones que realizan los sujetos
y la relación que existe con el sector social del cual provienen. Las
condiciones de existencia, de vida, determinan entre otras cosas sus gustos,
sus elecciones personales.
[11]
A efectos
de aclarar la expresión: sentido del gusto, vale citar a Bourdieu (1998:97) “(…) el gusto como “facultad de juzgar
valores estéticos de manera inmediata e intuitiva” es inseparable del gusto en
el sentido de capacidad para discernir los sabores propios de los alimentos que
implica la preferencia por algunos de ellos”.
[12]
El sistema
educativo tiene un cometido específico. Desde sus espacios se puede recomponer
el tejido social, desde las aulas se puede trabajar para internalizar modos de
convivencia que no solo signifiquen cumplimiento de reglas y normas sociales,
de obligaciones, sino que a la vez se ejercite el reconocimiento de que los
individuos son sujetos de derecho.
[13]
La clase política, desde los diferentes sectores, utilizó la realidad social de
dichos pobladores para su capitalización partidaria. El “clientelismo” cobra un
nuevo perfil; ya no se trata ofertar de cargos públicos; ahora es la “promesa”
de beneficios para el asentamiento en espacios públicos y las posibilidades
futuras en los mismos. A la “esperanza” ofertada por los partidos
tradicionales, se agregaban las expectativas generadas desde un gobierno
departamental que promovía justicia social, participación, ámbitos de
convivencia solidarios. Los pobladores se involucraron con ambos sectores y
fueron capturando y reconociendo sus verdaderos caminos para mejorar su
situación de vida.
[14]
EL Puntero. Serie argentina en NETFLIX. Se desarrolla en un barrio marginal de
Buenos Aires. El personaje principal -activista social- debe negociar con
políticos corruptos cada vez que intenta resolver problemas del vecindario. https://www.netflix.com/uy/title/80190367
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