CATEGORÍAS QUE ENTRECRUZAN EL TEJIDO SOCIAL HOY. NUEVOS
RETOS.
Factores endógenos y exógenos que se imbrican.
La sociedad hoy se encuentra
ante manifestaciones culturales, sociales y económicas que debe atender, porque
están modificando el tejido social tradicional.
Cambios
demográficos, cambios en el mundo del
trabajo, desintegración familiar, violencia de género, explotación sexual
comercial de niños y adolescentes, nueva industria del consumo, individualismo,
hedonismo, desigualdades urbanas, exclusión social, entre
otros, caracterizan algunas áreas montevideanas y también comienzan a conocerse
en otras capitales departamentales. Dichas realidades hacen que ya no sea
posible analizar factores endógenos y exógenos de modo independiente; estos
factores se retroalimentan y en conjunto, son explicativos de una realidad
social actual muy complejizada. Los cambios demográficos y los cambios en el mundo del trabajo son
altamente significativos, definen nuevas realidades sociales. A su vez, la violencia de género, la explotación sexual y
comercial de niños y adolescentes, circunstancias dadas en marcos de desintegración familiar, dejan en
evidencia que se entrecruzan factores endógenos y exógenos, definiendo nuevos contextos
que exigen reinterpretar el espacio social que los contiene. Si se considera
además, la nueva industria del consumo
que es propio del momento actual, el individualismo,
el hedonismo, que lleva a preguntarnos si ya no existen los sustentos colectivos; y, finalmente, si se focaliza en
las desigualdades urbanas y la exclusión
social como una de sus consecuencias, queda claro que resulta fundamental
el análisis de estas categorías, a fin de comprender el marco social en el que
se inscriben las Instituciones Educativas.
En este sentido, es que el
proyecto que se propone el Equipo de Formación Docente para el año 2017,
procura aportar, a través del análisis, al conocimiento de transformaciones cuyo escenario es el
tejido social, pero sus desenlaces, sus repercusiones, se viven en las aulas de
los diferentes subsistemas educativos. La intención es sistematizar temáticas
que no son ajenas a los docentes, pero que pueden resultar relevantes a la hora
de “mirar” la realidad socio-educativa e
intentar buscar respuestas a
situaciones problemáticas y diversas.
CAMBIOS DEMOGRÁFICOS/
CAMBIOS EN EL MUNDO DEL TRABAJO/ CAMBIOS EN LA ESTRUCTURA FAMILIAR.
Hoy, al tratamiento de los cambios demográficos tradicionales, se
agrega lo que Rofman y otros (2016:179) aluden y designan como “shocks exógenos
a la Demografía (cambios en el nivel educativo, cambios en el comportamiento
que determina la participación femenina, mejoras tecnológicas, etc)”. La
familia se redefine, cambia su concepto tradicional, varía su estructura, se vuelve
inestable, situación que la trasforma como lugar consagrado de sus referentes.
Al interior de estos grupos, tradicionalmente medulares para el desarrollo
humano, ocurren variantes de diferente signo: el ritmo de fecundidad ha variado
de modo considerable y ya no se registra el compromiso civil tradicional. Esto último
es un factor encubierto, que se asume como nuevas configuraciones de unión,
pero en ámbitos vulnerables es un elemento más de inseguridad.
De modo paralelo se originan
cambios en el mundo del trabajo;
radicales innovaciones imprimen una nueva centralidad a este mundo, que lo
convierte en un espacio incierto, con ofertas precarias, en general, carentes
de regularidad. Su fluctuación produce transformaciones socio-culturales muy significativas,
en las que se involucra a todo el tejido social y lo permea de modo ramificado
y silencioso. No participar del mercado laboral, no ser un salariado, hace
vulnerable al sujeto y a su entorno. En oportunidades, esta situación es un
aditivo que se imbrica de modo explícito con la vulnerabilidad biológica y
cultural que se posee.
Lo enumerado explica
exterioridades de una nueva caracterización del ser pobre, la que se quebranta
como identificación amplia, para representar situaciones o condiciones de vida
de individuos. Los sujetos, vistos ahora de modo particular, conforman una
nueva pobreza. En esta coyuntura, ser pobre es un problema personal, se vive
como una situación privada, y desde esta perspectiva se atiende desde lo
institucional. No ser aportante de los recursos necesarios para mantener al grupo
familiar que integra, califica al sujeto en primera instancia y, por añadidura,
se extiende luego al grupo que integra.
La situación social actual
es producto de más de dos décadas de gestación, de tiempos
de vaivenes económicos que fueron naturalizando situaciones de trabajo
precario, de desempleo, de menos sujetos aportantes sociales, de informalidad
laboral en diferentes ámbitos. Dicha realidad socavó de modo silencioso el
tejido social tradicional y desde ese marco es posible observar entonces
también cambios en la estructura familiar.
Hobsbawm (1995) ha
calificado el final del siglo XX como un tiempo de cambios en los más diversos
sentidos. En lo que hace al interés del presente aporte, se toma del autor su
advertencia acerca de cómo los cambios económicos y políticos afectarán las
relaciones laborales y sociales. Si bien centra sus análisis en el viejo mundo,
sabemos que más temprano que tarde en América latina se produjeron los mismos vaivenes
examinados, y aunque con peculiaridades, crisis e incertezas también se
produjeron en la región. El autor calificó dicho final de siglo (1973-1991)
como momento de derrumbamiento; entre los aspectos considerados, vale rescatar
lo que señaló como trasformaciones del mundo económico determinante de frágiles
relaciones laborales, de “crisis de la estructura familiar” junto al
advenimiento de una “nueva cultura juvenil”. Resaltó como especificidad de la
crisis, provocada por los cambios, un tiempo de incertezas.
En la misma línea, y para
los mismos espacios y tiempos, Castel (1995) analizó lo que llamó “la cuestión
social”, situación que relacionó con lo que a la vez definió como momento de
derrumbe de “la condición salarial”. La naturaleza del salariado ha sido de
preocupación histórica, porque entre otros atributos se le ha considerado como
realidad vertebradora de todo sistema social. El autor destacó cómo el
individuo era reconocido en la sociedad por la categoría que le otorgaba su vínculo
con el mundo del trabajo; subrayó cómo lo laboral forjaba una identidad social[1] que trascendía la posición
económica y cultural. Desde dicha perspectiva se comprende entonces por qué le
preocupaba lo que denominó “no-trabajo”; esto lo calificó como una
circunstancia más grave que el desempleo. En Castel (1995:9) aparece una
alusión a Arendt en la que la autora señala la dificultad de pensar una
sociedad en la que los trabajadores no tuvieran trabajo: esto debilitaría su
condición, escenario que describe como “imposible imaginar algo peor”. (creo no va la
página. Y no queda claro de quién es lo
dicho si de Castel o de Arendt. Te corregí Arendt lo habías puesto mal)
Desde finales del siglo XX, la
condición socio laboral de los jóvenes se ha convertido en una variable que
filtra posibilidades de una masa importante de individuos que debe incorporarse
al mercado de trabajo. En América latina, estos jóvenes, en general, poseen
bajo nivel educativo, condición que redunda en disminuida calidad laboral y
motiva un vínculo muy precario con el sistema de seguridad social y, de hecho,
con servicios afines. En las últimas décadas la condición de desocupado cobra
una significación que trasciende el escenario concretamente laboral. Ser
trabajador asalariado ha sido una histórica forma de identificación
social.
Estos sujetos pierden la
idea de futuro, les gana la inmediatez porque su vínculo laboral es débil; ya
no sostienen expectativas. La ocupación a la que acceden, en general es de tipo
precario, no les requiere calificación. Si se agrega a esto que ya no se les ofrece
un contrato definido, estamos frente a aspectos que condicionan el vínculo
entre el sujeto y el mercado, entre el sujeto y su entorno familiar[2].
Galvez (2001:7) trabaja
acerca de las repercusiones que estos nuevos escenarios ponen de manifiesto. La
autora refiere a situaciones laborales “atípicas”[3] que impactan en la vida de
los asalariados y a la vez distorsionan la capacidad de reacción de las
Instituciones en general. Hoy es claro
que las intenciones del Estado no producen los resultados presumidos[4].
Junto a la disminuida oferta
laboral se posicionan otros factores como las exigencias de capacitación y la
incorporación de tecnología. De este modo se justifican requerimientos de
desempeños específicos con miras al aumento de la productividad, situación que desbalancea la oferta tradicional de
trabajo, a lo que se agrega una contratación de tipo flexible[5]. Las exigencias de
capacitación generan una nueva estratificación social; los individuos se
incorporan a tareas en las que se valora su formación, motivo que aumenta la
segregación[6]
en el mercado laboral. A un mercado laboral cada vez más flexible, informal,
precario, tercerizado[7], se suma como
caracterización, el teletrabajo, actividad en la que confluyen múltiples y
novedosas formas de relación.
Junto a la visible
disminuida oferta laboral, es posible además observar cómo juegan otros
factores entre los que sobresalen las exigencias de capacitación para el lugar
al que se aspira. Esta realidad agrega un modo nuevo de estratificación social;
se producen diferencias que profundizan la segregación en el mercado laboral.
La incorporación de tecnología, con miras al aumento de la productividad,
desbalancea la oferta de trabajo humano.
Ante la fuerza de trabajo
segmentada surgen soluciones de tipo individual, soluciones que refuerzan la
pérdida del carácter colectivo que generaban las oportunidades laborales. La
informalidad[8]
y /o precariedad tiñe la vida del trabajador, de su entorno, afecta el estatus
del trabajador y de su familia.
Junto a una relación laboral
informal se genera una cadena de situaciones informales. El trabajador se
vuelve vulnerable, sus derechos forzados se entrecruzan con otras
discriminaciones: étnicas, de género, de edad.
Con el aporte de diferentes
pasajes de análisis realizados por Gutiérrez (2007) es posible comprender la
imbricación que se produce entre tres dimensiones: trabajo, familia y género.
La primera dimensión -ya
analizada- es central; el trabajo posee una fuerza significativa, relaciona
aspectos económico-políticos que se extienden, como decíamos, a relaciones
familiares y de género. En palabras de la autora se lee: “(…) el modelo
neoliberal que instaura la lógica de mercado como el modo predominante de
organización de lo social, afecta indudablemente la constitución y
configuración del orden familiar” Gutiérrez, 2007: 10-11). [9]
La segunda dimensión, familia,
considerada como Institución, se muestra como reguladora de la relación entre
lo individual y lo social, relación dinámica en la que se gradúa la relación
privado-público.
Uruguay se ubica,
demográficamente, desde hace más de dos décadas, entre los países que poseen lo
que se califica como “transición avanzada”. Natalidad y mortalidad baja[10] que lo sitúa a la par de
lo que sucede en los países desarrollados.
A ese marco se agregan
circunstancias particulares que contribuyen con una configuración familiar que
se vuelve novedosa. El aumento de los divorcios, junto al crecimiento de la
maternidad adolescente, son aspectos que, entre otros, producen una necesaria
re adaptación de las formas de convivencia. Se ponen en juego estrategias
familiares de tipo económico y/o social según necesidades del grupo y se
produce así la conformación de nuevas variantes de hogar[11]. Vale recordar que la
familia se ha considerado como un grupo socialmente legitimado para la
reproducción biológica. Al variar la relación interna de dicho grupo, varía, en
algunos sectores, conjuntamente, la predisposición a dicha reproducción. No
obstante, esta es una realidad que viene mostrando cambios y sobre la cual el
campo de estudios demográficos es la base académica necesaria para la
implementación de políticas sociales focalizadas.
Cabe señalar que entre estos
cambios se advierte, como elemento reciente, la fecundidad adolescente y
adulta, percibiéndose un “hueco” significativo entre mujeres adultas-jóvenes.
Puede asociarse esta realidad con un cambio de intereses, dado el ingreso de la
mujer al mercado laboral y la permanencia y progreso de actividad en el sistema
educativo.
La fecundidad adolescente
aparece como problema emergente y urgente a ser atendido. Dicha fecundidad
trasciende sectores sociales, no es en todos los casos vista como
situación-problema; preocupa su ocurrencia en el marco de poblaciones
vulnerables, en las que se reúnen ciertas particularidades: ubicadas en la
franja de NBI, bajo nivel educativo, desocupación laboral y en general
procedencia de hogares ya deprimidos porque no han generado formas de
protección social.
El verdadero problema radica
en cómo atender esa maternidad adolescente que no solo interrumpe el desarrollo
socio-educativo de quien es gestante, sino que aporta niños nacidos en ámbitos
de desprotección. Esta situación genera en algunos sectores maneras de actuar
que atentan contra la equidad de género, dado que lo cultural-social, como
pueden ser las actitudes colaborativas en la crianza de esos niños, no se
llevan a cabo.
Son válidos los análisis que
realiza Gutierrez (2007) al afirmar que la situación de género recorre estos
cambios sustantivos.
En la tercera dimensión,
género, confluyen todos los planteos realizados. Si bien no es la dimensión
central, posee fuerza de concentración explicativa de una realidad que llega
con fuerza a las aulas y trasciende a las mismas. En la dimensión género están
entrecruzadas realidades que describen particularidades históricas junto a
otras emergentes. A condicionantes propias de la maternidad-fecundidad, de la
doble jornada laboral -ámbito privado y
público- se agregan temas emergentes como la violencia intrafamiliar y la
explotación sexual.
La discriminación por género
golpea lo social y cuando se produce en el ámbito del mercado laboral se
convierte en una dimensión de desigualdad social. La mujer ha sido socializada
para realizar actividades de carácter privado, mientras que al varón se le han
atribuido tareas de orden público. El hombre ha tenido la responsabilidad de
ser el proveedor económico, tarea de naturaleza pública por su ámbito de
resolución, mientras que la esfera de lo privado, ámbito doméstico, ha recaído
en la mujer. Al varón se le ha asignado la producción de bienes y servicios, a la mujer se
le reconoce como encargada de atender la reproducción biológica con su
consecuente atención social y cultural. El mundo actual le agrega la
incorporación al mercado laboral -de
orden público-; con esto suman responsabilidades a las ya propias de la esfera
doméstica. Debe hacerse cargo de resolver y atender ambas jornadas: la del
trabajo familiar, no remunerado, y la del trabajo pago, propio de la esfera de
producción que la incorpora.
Hay mecanismos
discriminatorios no visibles, pero centrales en la reproducción social de
desigualdades. Las expresiones de Fassler (2006:5) aportan congruencia al
análisis. La autora señala:
“los
problemas de la reproducción biológica y social propios del ámbito familiar se
comienzan a visualizar desde una perspectiva de derechos. La equidad entre los
géneros y entre las generaciones, la no discriminación por etnia, orientación e
identidad sexual, el respeto por la diversidad de arreglos familiares se van
constituyendo lentamente en aspiraciones a materializar en las familias y en la
sociedad”.
Se viven tiempos de
transformación en los que se hace necesario comprender: qué es lo nuevo, cómo
se produce, qué repercusiones provoca y cómo debe atenderse. Los aportes
académicos quedan retrasados ante la emergencia de acelerados cambios, por lo
que urge una re conceptualización. Lo nuevo que ocurre en el tejido social
involucra al sistema educativo, ocurre en las veredas de los Centros y a la
vez, entra con los alumnos a los patios escolares, a las aulas. Lo emergente se
visualiza en coyunturas que poseen historias de compromiso social. Las instituciones
educativas se encuentran en estos escenarios.
Bibliografía
Castel, R. (1995). Las
metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado.
Cine documental: La dignidad de los Nadies
(2005) Dirección y guión: F. E. Solanas. Países: Argentina, Brasil y Suiza.
Durkheim, E. (1994) La
División del Trabajo Social. Editorial Planeta. España.
Fassler, C. (2006) Familias
en cambio en un mundo en cambio. Red Género y Familia. Editorial TRILCE. Falta lugar
Galvez, T. (2001). Para
reclasificar el empleo: lo clásico y lo nuevo. Cuaderno de Investigación N°14.
Departamento de Estudios. Gobierno de Chile. Dirección de Trabajo.
Gutiérrez, María Alicia.
Prólogo. En publicación: Género, familias y trabajo: rupturas y continuidades.
Desafíos para la investigación política. Gutiérrez, María Alicia. CLACSO,
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires. 2007. (creo está mal
referenciado)
Gutiérrez, M. A. (2007) Género,
familias y trabajo: rupturas y continuidades Desafíos para la investigación
política María Alicia Gutiérrez [compiladora] Colección Grupos de Trabajo. (falta lugar)
Hobsbawm, E. (1995).
Historia del siglo XX. Crítica. Madrid.
O.I.T. (2006) Cambios en el
mundo del trabajo. Conferencia Internacional del trabajo. 95.a reunión.
Ginebra.
Paredes, M. y C. Varela
(2005) Aproximación sociodemográfica al comportamiento reproductivo y familiar
en el Uruguay. Unidad Multidisciplinaria - Programa de Población Facultad de
Ciencias Sociales. Documento de Trabajo Nº 67. (falta
lugar)
Rofman, R.; V. Amarante y
Apella, I. (2016) Cambio demográfico y desafíos económicos y sociales en el
Uruguay del siglo XXI. Editores CEPAL/ Banco Mundial.
En línea:
Toffler, A. (1973) El shock
del futuro.
Publicado en Revista Quehacer
Educativo número 141. Febrero 2017.
FUM-TEP. Uruguay.
[1]
En
“La división del Trabajo social” (1994) Durkheim analizó la categoría trabajo
como “hecho social”, como fuente de solidaridad orgánica y de integración. El
trabajo ha sido históricamente asociado con disciplina por ser un elemento
estructurador.
[2]
En su momento, década de los 70, cuando estos
cambios marcaban la situación europea, Toffler (1973), en “El shock del futuro”
advertía que el sujeto debía tener gran capacidad de adaptación dado que las
estructuras que lo rodeaban estaban en constante cambio; se refería a la
familia, al mercado laboral, a la comunidad.
[3]
El término “atípico” es aludido por Galvez (2001:39) como producto del análisis
de la OIT de finales de los ochenta. En el mismo se analizan causas
coyunturales que generarían esas formas variables que a su vez generan
transformaciones sociales. En síntesis, la expresión “atípico” es entendido por su distancia con lo típico de
una relación laboral tradicional. Especifica que el deterioro y la
precarización de las relaciones laborales, causan exclusión y desprotección
social como nuevo suceso que caracteriza algunas situaciones laborales.
[4]
Las instancias de acción del Estado, aún con fuerte componente de providencia
clásico, producen efectos individualistas, porque como antes se señaló, se
atienden fenómenos de repercusión social como casos individuales. Sin dejar de
considerar la distancia en tiempo, las expresiones de Castel (1995:331) poseen
aún vigencia; el autor advierte que cuando se les procura a los individuos ese
paracaídas extraordinario que es el seguro de asistencia, se los autoriza, en
todas las situaciones de la existencia, a liberarse de todas las comunidades,
de todas las pertenencias posibles, empezando por las solidaridades elementales
de la vecindad; si hay seguridad social, no necesito que me ayude mi vecino de
piso. Subraya que el Estado providencia es un poderoso factor del
individualismo.
[5]
El concepto flexibilidad posee variantes significativas según el contexto en el
que se le identifique: puede ser horaria, funcional, salarial, de tipo de
contrato; no siempre debe asumirse como perjudicial al trabajador.
[6]
De Martino (2013:14) destaca que: “históricamente el padrón de protección
social del Uruguay incorporó progresivamente a las diferentes categorías de
trabajadores al acceso de un conjunto de prestaciones sociales al tiempo que
extendía la cobertura de la asistencia pública, educación pública, gratuita y
obligatoria y regulaba la fuerza de trabajo. Prioritariamente, el acceso a
determinados beneficios que se constituyeron como derechos sociales, devenía
del reconocimiento de sus posiciones laborales. La pertenencia al mercado
formal de trabajo así como también el lugar que se ocupa en el mismo ha sido
una condición indispensable para el acceso a los derechos de protección social
(Lema, 2002). Por lo tanto la relación del Estado con las familias fue, a lo largo
de prácticamente todo el siglo xx, una relación mediada a través del fomento de
los derechos individuales de sus miembros básicamente a partir de su inserción
en el mercado de trabajo (De Martino, 2001)”. (muy
confuso. No se sabe de quién es la cita. Aparecen dos autores. Y De Martino con
dos fechas distintas)
[7]
Se habla de tercerización o externalización laboral cuando se sustituyen horas
de trabajo en la empresa por la realización externa de las mismas. Este tipo de
situación conlleva situaciones sociales individuales y colectivas. En lo
individual el trabajador es perjudicado en diferentes planos: seguridad social,
tipo de contrato, diferencias salariales y en lo colectivo debe señalarse que
se quiebran ámbitos de nucleamiento sindical-social, situación que se traduce
en notoria desintegración vertical, transformación que contribuye con otras
incertidumbres.
[8]
Informal/formal son términos operativos que califican la relación laboral. En
su momento ambas categorías definían fundamentalmente el proceso de producción
y distribución del producto, luego se utiliza para conceptualizar una relación
laboral.
[9]
El documental de Solanas, producido en Argentina en el 2005, muestra
testimonios e imágenes generalizables a realidades latinoamericanas. Voces de
protagonistas relatan historias en las que se describe y combina la situación
de pobreza en diferentes dimensiones. Los testimonios señalan momentos de su
vida: hambre, desempleo, desamparo social, hacinamiento.
En línea: www.youtube.com/watch?v=5LHJcVzAQfQ
[10]
En Paredes- Varela (2005:4) se analizan datos de natalidad/mortalidad y se
concluye acerca de esta realidad afirmando que: “(…) ha llevado a calificar al Uruguay como un país “atípico” en términos
poblacionales – la especificidad de este pequeño país conduce a una extraña
mezcla de comportamientos tradicionales y modernos que se trazan a lo largo del
siglo XX en el marco de un singular proceso de secularización y democratización
iniciado conjuntamente con el siglo”.
[11]
Paredes y Varela (2005:17) Hogar unipersonal -
Es el hogar particular integrado por una sola persona. Hogar nuclear - Es el
hogar particular integrado solamente por los cónyuges, los cónyuges con sus
hijos, una persona con sus hijos, o una persona con sus padres. Hogar extendido
- Corresponde a un hogar nuclear, más otros parientes (yernos o nueras, padres
o suegros u otros parientes), o a una persona con otros parientes (no padres ni
hijos). Hogar compuesto - Corresponde al hogar nuclear o bien al hogar extendido
más otra u otras personas cuya relación con el jefe de hogar no es de
parentesco (servicio doméstico u otros no parientes).
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