domingo, 17 de octubre de 2010

En torno al concepto de Hegemonía: categorías analíticas básicas

Mag. en Soc.: Lilián Berardi.
Mag. en Soc.: Selva García Montejo.

Ø  Artículo publicado en Revista T+. revista del Centro Nacional de Información y Documentación  -CENID- Montevideo-Uruguay.  Nº 1 Año 1/ Diciembre 2008.



A modo de presentación.
Laclau realiza un análisis de la realidad social, de corte posmarxiano, en tanto estudio de la dinámica social y sus conflictos, pero no ya desde la óptica de la lucha de clases –característica en Marx - sino desde un espectro más amplio, que involucra a los diferentes actores y movimientos, base de la creación de una nueva alternativa de sociedad.

Los tiempos actuales presencian luchas sociales, luchas que extienden y profundizan  conflictos, hecho clave para la formación de un “potencial” hacia sociedades más democráticas.
Estas luchas contemporáneas se presentan en su aspecto plural –que trasciende lo clasista-. De este modo también las categorías de análisis que fueran ejes de interpretación, hoy pierden sentido o resultan “opacadas”.

En una posición que se ubica entre el posmarxismo y el posmodernismo, es la de Laclau una verdadera obra de “deconstrucción”.
En este diálogo con el marxismo, deconstruye categorías analíticas fundamentales, pero adhiere al compromiso con la dimensión emancipatoria, hecho que lo lleva, a su vez, a un diálogo permanente con la posmodernidad –aunque se distancia de los posmodernos a través de conceptos que incorpora, tales como “totalidad estructurada” y “antagonismo” -
Es el autor un permanente crítico al fundamentalismo de los proyectos emancipatorios de la Modernidad, pero critica a los posmodernos, ya que en su crítica a los esencialismos, desemboca, de algún modo, en otro esencialismo.

En síntesis, encontramos en Ernesto Laclau dos afirmaciones fundamentales: el rompimiento con el esencialismo y el mantenimiento de una perspectiva libertaria, aspectos que se comprenden en su visión de una revolución como “posibilidad”, por tanto, en la negación de cualquier razón “a priori” para afirmar la seguridad de un proceso revolucionario.

En un intento de reseñar algunos aspectos de su rica producción, pretendemos partir del análisis del concepto de hegemonía, para, en torno al mismo, reflexionar desde otras categorías, que creemos conjugan un planteo singular.

Para ello, centraremos el análisis en “Hegemonía y estrategia socialista”, que el autor presenta junto a Chantal Mouffe, en un intento de mostrar, a partir de este punto, que lo social es “indeterminado” y que es, precisamente, esa indeterminación, la que lleva a la posibilidad de una lógica articulatoria.

Acercamiento a las categorías analíticas de Laclau. Hegemonía, práctica articulatoria, discurso.
Es en la oposición a una objetividad ya dada y a priori, que Laclau desarrolla sus tesis principales de “hegemonía” y “proyectos políticos”, cuya base analítica se configura en la imbricación de las nociones de discurso, prácticas articulatorias, cadena de equivalencias, antagonismo, sujeto, significante vacío.

El concepto de hegemonía tiene su sustento en el análisis gramsciano. Hegemonía como lógica de lo fáctico e histórico; por tanto, considerada desde una posición crítica a todo planteo esencialista en relación a lo colectivo, con la formación de identidades colectivas.

Antonio Gramsci realiza una deconstrucción del marxismo clásico –en tanto paradigma político- por su carácter esencialista. La novedad en este autor es la ampliación del campo de la hegemonía y la recomposición política -en relación a las concepciones marxistas anteriores- un encare del vínculo hegemónico y su naturaleza que trasciende la “alianza de clases” del leninismo. Esto se percibe cuando se desplaza del plano político al intelectual y moral, al afirmar que la clase obrera no debe permanecer en situación corporativa de defensa de sus intereses, sino abrirse a las demandas de los demás actores. Para que se dé realmente el liderazgo –afirma Gramsi- no sólo político, sino intelectual y moral, se torna necesario, más que “coincidencia coyuntural de intereses que mantenga separada la identidad de los sectores intervinientes” (estaríamos frente a una “alianza de clases”), un conjunto de valores, de ideas compartidas por diferentes sectores. Esa “voluntad colectiva” gramsciana –síntesis superior- lidera en lo intelectual y moral; mediante la ideología logra unificar el “bloque histórico”. Esta ideología se presenta como un todo orgánico, se materializa en aparatos e instituciones –concepción que trabaja Althusser en sus “aparatos ideológicos del Estado”-  y conforma el bloque histórico, alrededor de principios básicos que lo articulan. La concepción gramsciana –en su visión totalizante- permite la superación de la diferenciación marxista clásica entre infra y superestructura. Su visión ampliada del Estado, en tanto sociedad política y sociedad civil, es un punto fructífero de partida para la comprensión de las categorías de Laclau.

Otro punto de interés en Gramsi, que también retoma Laclau, es la superación del “reduccionismo ideológico”, vista a partir de la posición que otorga a los sujetos políticos. Los mismos son “voluntades colectivas” (no clases). En “Cartas desde la cárcel” expresa que un acto histórico sólo puede ser llevado a cabo por el “hombre colectivo”, lo que presupone una unidad cultural social, a través de la cual una multiplicidad de voluntades dispersas, con objetivos heterogéneos, son soldadas en torno a un único objetivo sobre la base de una común e igual concepción del mundo.[1]

La concepción del autor, respecto a la formación de esta nueva conciencia teórica, autónoma, no implica una negación a priori de cada elemento impuesto, sino que su repudio surgirá por el hecho de ser impuesto, no en sí mismo como tal ... “será necesario darle una nueva forma que es específica del grupo dado ...”[2]

La cita muestra lo contingente, una contingencia histórica que señala su ampliación en el terreno de las relaciones sociales; así, los elementos sociales pierden sentido de articulación esencial y sólo poseen este sentido en función de articulaciones hegemónicas no sujetas a ley histórica alguna.[3]

Toda articulación resulta precaria, pero, en cuanto pasan  ser objeto de nombres, a ser partes del discurso teórico y la reflexión, son incorporadas a la identidad de los agentes.”Nacional popular”, “Estado integral”, son conceptos que son cambiados tanto en su naturaleza como en su identidad, por el grupo dominante, en la práctica de la hegemonía. La clase no toma el poder del estado, deviene Estado. Estamos, sin duda, frente a una práctica democrática de la hegemonía.

Sin embargo, Gramsi aún muestra rasgos de esencialidad en su elaboración teórica; acepta que en toda formación hegemónica debe existir un principio que unifique, y ese principio debe aludir a una clase económica fundamental. En este aspecto, cae, de algún modo, en un determinismo respecto de la economía, en un “esencialismo”, en una aceptación a priori de la clase económica.

Laclau, ubicado en las sociedades actuales, deconstruye el concepto de clase social, arguyendo la unidad precaria de la misma en el capitalismo maduro; precariedad que implica y tiene como consecuencia un proceso  contínuo de cambios, lo que el autor denomina “rearticulación hegemónica”, debido a la presencia de antagonismos nuevos y a la emergencia de nuevos sujetos en la arena política. Situación ésta que implica que las distintas luchas se articulen, en oposición a formas de subordinación que adquieren complejidad mayor que la lucha de clases, y se presentan también como luchas contra la subordinación genérica, étnica ... identidades colectivas, populares, caso de América Latina, con la emergencia del Movimiento Zapatista, donde lo clasista y lo étnico se conjugan.
                       
“La hegemonía supone el carácter incompleto y abierto de lo social, que sólo puede constituirse en un campo dominado por prácticas articulatorias”[4]

Sin embargo, el sujeto articulante no es una clase social fundamental  -clase económica- como se presenta en los análisis que “recorren” la historia, desde Lenin a Gramsci. Tampoco existe una diferencia ontológica en cuanto a los niveles de constitución de las fuerzas que hegemonizan y las que son hegemonizadas; no se dan categorías morfológicas previas fundantes de relaciones hegemónicas sintácticas.

Lo que diferencia el análisis de Laclau, es que introduce una lógica diferente de lo social a la trabajada por las categorías teóricas marxistas. La cita resulta totalmente esclarecedora:

                        “Frente al racionalismo del marxismo clásico, que presentaba a la historia y a la sociedad como totalidades inteligentes, constituidas en torno a “leyes” conceptualmente explicitables, la lógica de la hegemonía se presentó desde el comienzo como una operación suplementaria y contingente, requerida por los desajustes coyunturales respecto a un paradigma evolutivo cuya validez esencial o morfológica no era en ningún momento cuestionada”.[5]

La hegemonía, en Laclau, es un concepto que “se construye”. Hegemonía implica, fundamentalmente, ausencia de totalidad y presencia de diversidad de tentativas de recomposición y rearticulación. Es precisamente esta diversidad articulatoria lo que logra superar la ausencia de totalidad, ya que no existe totalidad a priori. Las luchas cobran sentido y las fuerzas históricas logran positividad en un proceso de construcción, proceso siempre incompleto. No existe, entonces, positividad a priori.

Las nociones de discurso, prácticas articulatorias, cadena de equivalencia, antagonismo, sujeto, significante vacío, son la base para la elaboración de sus tesis acerca de hegemonía y proyectos políticos.

La hegemonía emerge en el campo de prácticas articulatorias. Hablar de prácticas articulatorias es hacer referencia a un sistema abierto de identidades relacionales, a un espacio donde no existe concreción, cristalización de los elementos en momentos. Articulación implica posibilidad de especificación –por separado- de la identidad de cada uno de los elementos que se articulan. Es una forma contingente de organización que recompone los fragmentos en una nueva unidad.[6]

Planos diferentes que se relacionan, desnivel entre articulante y articulado, son base de la constitución del “vínculo hegemónico”.

                        “ ... llamaremos articulación a toda práctica que establece una relación tal entre elementos, que la identidad de éstos resulta modificada como resultado de esa práctica”[7]

Ubicarse en el terreno de la articulación supone considerar lo social en su apertura, como “esencia negativa” de lo que ya existe, y a todo orden social como forma precaria de intentar “domesticar” la arena de las diferencias. Las relaciones sociales no son nunca esenciales; por tanto, las identidades son precarias y no es posible fijar el sentido de los elementos. Esta articulación es “una práctica discursiva que no tiene un plano de constitución a priori al margen de la dispersión de los elementos articulados”.[8]
Discurso, elemento, momento.

En el concepto de articulación se imbrican y están implicados conceptos como discurso, elemento, momento.

El discurso es la totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria; elemento como toda diferencia que no se articula discursivamente; momento, como las posiciones diferenciales, en la medida en que aparecen articuladas en el interior de un discurso.[9]
Es por la “regularidad en la dispersión”, que la formación discursiva adquiere coherencia.[10]
Para Laclau, nada puede darse fuera de una superficie discursiva de emergencia. Toda práctica es discursiva. Todo objeto es objeto de discurso. Toda estructura discursiva posee carácter material. Con esta afirmación, el autor supera la dicotomía entre el campo objetivo que se constituye fuera de la intervención del discurso y el discurso como mera expresión del pensamiento. No ubica lo discursivo en el nivel de las ideas, en la superestructura. No existe estado real y estado discursivo. Rechaza la idea de prácticas discursivas y no discursivas. El “estado real” sólo se puede aprehender en un discurso. Discurso como totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria de elementos.
Los diferentes discursos luchan por el establecimiento de verdades, por excluir otros significados del campo de significación. Cada tipo de significado posee poder, pero en función de sus condiciones de emergencia.

La materia prima de esta práctica articulatoria son los elementos transformados en momentos, siempre que cada momento no sea completamente momento. Se trata de la práctica de constitución de las relaciones sociales, es decir, de la realidad. Lo que existe es una opacidad a deconstruir, dada por la imposibilidad propia de la transparencia, o sea, de objetividad. Esta práctica articulatoria, como fijación-dislocación de un sistema de diferencias, debe atravesar el aspecto material de las instituciones, rituales, prácticas sociales, a través de las que se estructura la formación discursiva.
Existen elementos dispersos que sólo pueden lograr su unidad a través del discurso. Esos elementos, en algún tiempo se tornan momento, pero, dado que la transición no se da totalmente, se conforma un terreno “imparcial”, donde surge la posibilidad de práctica articulatoria. Nada es necesario: ni identidades ni relaciones. Toda totalidad es incompleta. Todo es contingente. Se constituye, bajo estos parámetros, lo social.[11] Por tanto, ningún discurso puede lograr la sutura final, ya que no existe significado trascendental.[12] No existe lógica hegemónica que pueda dar cuenta de la totalidad de lo social e instituirse en centro, pues esto llevaría a la autoeliminación del concepto de hegemonía, en la medida en que la consecuencia sería una nueva sutura.[13]

Sin embargo, si bien no existen fijaciones totales de sentido, deben existir lo que el autor denomina “puntos nodales”, puntos discursivos clave para la fijación parcial de sentido, de modo de hacer posible que las diferencias fluyan; fijación en formas inteligibles, instituidas de la sociedad.
Si los elementos son “significantes flotantes”, no articulados en una cadena discursiva; si la formación discursiva es incompleta, las identidades son relacionales, los significantes ambiguos, ¿es posible la existencia de tal formación discursiva?. Dos elementos son fundamentales para ello: que exista la polisemia (sinnúmero de significados) –desarticualdora de la estructura discursiva, o que establece la dimensión simbólica de la formación social, la sobredeterminación de la misma- y puntos nodales que realicen la fijación parcial de los significados.
Es este el carácter y la dimensión simbólica de toda formación social, su sobrederminación.

            “La práctica de articulación consiste ... en la construcción de puntos nodales que fijan parcialmente el sentido; y el carácter parcial de esa fijación procede de la apertura de lo social, resultante a su vez del constante desbordamiento de todo discurso por la infinitud del campo de la discursividad”.[14]

En síntesis: ni fijación absoluta ni no fijación absoluta son posibles (recordemos que el autor niega todo esencialismo).
Se trata de un campo de identidades que no logran nunca ser fijadas plenamente. Es este el terreno de la sobredeterminación.


Equivalencia y diferencia: dos lógicas de “trabajo” de la práctica articulatoria.
Equivalencia y diferencia son dos lógicas de construcción del discurso.
El límite de lo social no consiste en una frontera que divide territorios, sino que se sitúa al interior de lo social mismo, como algo que lo subvierte, en el sentido de que destruye su aspiración a constituir una presencia plena.
Es necesario subvertir el espacio cerrado donde cada posición se fija en forma de momento específico e irremplazable. Si este espacio no fuera subvertido, asistiríamos al “cierre” del mismo. Para impedirlo, es fundamental disolver la especifidad de cada posición. Es en este aspecto que la “relación de equivalencia” cobra importancia.
Es a partir de la lógica de la “diferencia” que podemos comprender su lógica complementaria –la de la equivalencia-

La lógica de la diferencia es la lógica de la complejidad de lo social, donde cada posición cobra su especificidad. La de la equivalencia, es la lógica de la simplificación de lo social; implica la disolución de la especificidad de cada posición. Ambas lógicas son parte de un mismo proceso.
Una relación de equivalencia posee ambigüedad: por una parte, para que pueda existir equivalencia, dos términos deben ser diferentes; por otra parte, sólo hay equivalencia si se subvierte el carácter diferencial de los términos.

                        “ ... lo contingente subvierte lo necesario impidiéndole constituirse plenamente. Esta no constitutividad –o contingencia- del sistema de diferencias se muestra en la no fijación que las equivalencias introducen. El carácter final de esta no fijación, la precariedad final de toda diferencia, habrá pues de mostrarse en una relación de equivalencia total en la que se disuelva la positividad diferencial de todos sus términos”.[15]

Es a través de la equivalencia que determinadas formas discursivas logran anular la positividad de un objeto y otorgan existencia real a la negatividad.[16]
Lo social se encuentra “embebido” por la negatividad, o sea, por el “antagonismo”, razón por la cual ese “social” no logra su plena presencia y existe una subversión contínua de al objetividad de sus identidades. Subversión que se da en la presencia de lo “contingente” en lo “necesario”.
Nos enfrentamos a una imposibilidad relacional entre objetividad y negatividad; sus términos sólo coexisten en tanto subversión mutua de sus contenidos. Este hecho implica que nunca se logran totalmente las condiciones de equivalencia plena ni las condiciones de una objetividad diferencial.

                        “ ... así como la lógica de la diferencia no consigue nunca constituir un espacio plenamente suturado, tampoco lo logra la lógica de la equivalencia. La disolución del carácter diferencial de las posiciones del agente social a través de la lógica equivalencial, no es nunca completa. Si la sociedad no es totalmente posible, tampoco es totalmente imposible”[17]

Equivalencia y diferencia son lógicas que forman parte de un mismo proceso: para que exista la equivalencia, debe darse un efecto discursivo, proveniente de la lógica de la diferencia.
Complejidad y fragmentación en las sociedades contemporáneas.

El mundo actual asiste a una lógica de la diferencia, donde la complejidad es lo peculiar. Complejidad y fragmentación.
La opresión ya no se concreta solamente en una clase económica –el proletariado- sino que existe una red compleja, donde son múltiples los sujetos de la opresión: indígenas, mujeres, sin tierra, ancianos, niños, gays.
En un sistema de diferencias, como se da actualmente, cualquier posición puede ser lugar de antagonismo – en tanto es “negada” – Antagonismo que es sólo “posibilidad”, que se constituye en el campo de lucha. Hay antagonismo si se da resistencia, resistencia que “se construye”, que constituye el sujeto antagónico al capitalismo.
Lo que se construye es “un sujeto que resiste”, pero este hecho no deriva solamente de las relaciones de producción –como en el análisis marxista- ya que los actores contemporáneos construyen sus identidades en espacios múltiples y diferenciados, ámbitos que trascienden el mundo del trabajo, o conviven con el mismo. Son variados y nuevos los “locus” de la opresión, en una intersección de “opresiones”: mujeres-negras, explotados-negros, explotadas-mujeres, mujeres-negras-explotadas, homosexuales-discriminados, etc.

Dado que lo social asiste a la presencia de múltiples antagonismos posibles – y resistencias- algunos contrarios, serán diferentes las cadenas de equivalencia que se constituirán a partir de cada uno de esos antagonismos; cadenas de equivalencia que posiblemente afectarán la identidad del sujeto en forma contradictoria.

                        “ ... cuanto más inestables sean las relaciones sociales, cuanto menos logrado sea un sistema definido de diferencias, tanto más proliferarán los puntos de antagonismo; pero, a la vez, tanto más carecerán éstos de una centralidad, de la posibilidad de establecer, sobre la base de ellos, cadenas de equivalencia unificadas.[18]

El límite de toda objetividad, es, pues, el antagonismo. Una relación de antagonismo se da en el campo de la discursividad, campo donde se asiste a la ruptura de la dicotomía real / ideal, material / ideológico. Dada la precariedad de sentido de toda identidad, la expresión de esa precariedad es la relación antagónica.   

Para que exista hegemonía – además de la necesidad de un momento articulatorio – debe darse una oposición entre prácticas articulatorias antagónicas, o sea, antagonismo, lo que implica fenómenos de equivalencia y efectos de frontera, así como articulación de elementos flotantes. Esta articulación supone “construcción”, constante redefinición de los elementos. [19]

La hegemonía consiste, entonces, en prácticas articulatorias que definen su identidad por oposición a otras prácticas articulatorias antagónicas. Antagonismo no es sinónimo de contradicción. Existen sistemas de creencias contradictorias, que no necesariamente resultan antagónicas. En la relación de antagonismo se muestran los límites de toda objetividad. Es la negación de un determinado orden, su límite, no el “momento” de una totalidad más amplia. Ese “límite” de lo social, deberá producirse en su interior mismo; es un elemento “subversivo”, en la medida en que la aspiración de la sociedad a conformar una presencia plena – un espacio cerrado donde cada posición diferencial se “fija” como “momento” específico - es destruida por ese límite.

¿Cómo se construye, cómo se da esa subversión?. Como se venía indicando, disolviendo la especificidad de las posiciones, anulando las diferencias, mediante la equivalencia, en tanto son usadas para expresar algo idéntico que es común a todas las especificidades.

Actualmente, emergen nuevos movimientos sociales, con identidades propias, pero dependientes de las condiciones políticas y sociales.

¿Autonomía en el pluralismo?. Hacer referencia a la autonomía de estos movimientos, implica aludir a su defensa y expansión en relación a una lucha hegemónica más amplia. Los sujetos políticos ecologistas, feministas, étnicos, son “significantes flotantes”, en un campo de constitución de condiciones discursivas que es posible subvertir.
Las identidades no se hallan definitivamente adquiridas, ya que, en una lucha hegemónica, la articulación no se encuentra definida desde el comienzo. Sin embargo, sí existen formas de lucha que suponen actividades, formas de organización, sistemas de alianzas, construcción de sistemas de equivalencias entre contenidos. Equivalencia que se construye en torno a que son todas “minorías”, que se establecen como “anti” alguna cosa específica. La autonomía se hace posible, como “momento interno de una operación hegemónica más vasta”.[20]
Es en el campo de las prácticas articulatorias y de las prácticas hegemónicas, que adquieren sentido la autonomía y la subordinación.

Si existe pluralidad de espacios políticos, podemos referir a “luchas democráticas”; solamente en un espacio no saturado de lo social puede darse la dimensión hegemónica de la política.
Dado que existe un proceso constante de subversión y redefinición, con múltiples y diferentes prácticas articulatorias – a veces antagónicas – tampoco es posible la existencia de un sólo punto nodal hegemónico. Lo social no posee un centro, una esencia. Puede haber infinidad de puntos nodales hegemónicos, algunos sobredeterminados, que condensen las relaciones sociales.
Esos puntos nodales se constituyen, a veces, como “el centro de irradiación de una multiplicidad de efectos totalizantes”.[21]

Es en esta multiplicidad que Laclau pretende concentrar la atención, frente al interés generalizado en las nuevas y diferentes identidades emergentes en el mundo actual, que llevan a  “la imposibilidad de seguir refiriendo a un centro trascendental las expresiones concretas y finitas de una subjetividad multifacética”.[22]

Obras consultadas:

Foucault, M.- “La arqueología del saber”.- Siglo XXI. Edit. Méjico.
Gramsci, A.- “Cartas  desde la Cárcel”.- Madrid / 1975.
Laclau, E. / Mouffe, Ch.- “Hegemonía y estrategia socialista”. Siglo XXI. Editores. España / 1987.
Laclau, E.- “Emancipación y diferencia”.- Ed. Espasa Calpe. Argentina / 1996.




[1] .- Gramsi, A. – “Cartas desde la Cárcel”. – Madrid /1975.
[2] .- Ibid.
[3] .- Laclau retoma el razonamiento gramsciano y presenta a los “elementos” o tareas, constituyendo su identidad en el marco de la fuerza que logra hegemoneizarlas.
[4] .- Laclau, E., Mouffe, Ch. – “Hegemonía y estrategia socialista”.- Siglo Veintiuno Edit. España / 1987. Pág. 155.
[5] .-  Ibid.- Pág. 3.
[6] .- Si, en lugar de ser la organización contingente –externa a los elementos- la organización y los fragmentos se conciben como momentos necesarios de una totalidad que trasciende a los mismos, estaríamos hablando, según el autor, de “mediación”, no de articulación.
[7] .- Laclau, E.-, Mouffe, Ch.- Op. Cit. Pág. 119.
[8] .- Ibid.- Pág. 125.
[9] .- Ibid.- Pág. 119.
[10] .- Foucault, M.- “La arqueología del saber” Méjico / Siglo XXI.
[11] .- El concepto althusseriano de sobredeterminación de las relaciones sociales y la complejidad inherente al mismo –concepto que se constituye en el terreno de lo simbólico y no posee significación fuera del mismo- es clave para la comprensión del encare de Laclau. En la formulación original de Althusser  -con su lógica de la sobredeterminación- se pretende la ruptura con el esencialismo, vista su crítica a cualquier forma de fijación, al caracterizar a toda identidad como incompleta, abierta, negociable en el aspecto político.
[12] .- El término “significado trascendental” es tomado por el autor, de Derrida (“Writing and difference”. Londres / 1978).-
[13] .- El concepto de “sutura”, usado por Laclau, es tomado del Psicoanálisis. Concepto que, de forma implícita, actúa en la teoría de Lacan. Para Laclau, las “prácticas hegemónicas”, son “suturantes”, en tanto su campo de acción se encuentra condicionado por la apertura de lo social, o sea, porque los significantes poseen un carácter no fijo.
[14] .- Laclau, E.- Mouffe, Ch.- Op. Cit.- Pág. 130-
[15] .-  Ibid.- Pág. 149.
[16] .- Esta “negatividad” implica, para Laclau, la imposibilidad de lo real.
[17] .- Laclau, E.- Mouffe, Ch.- Op. Cit. Pág. 150.
[18] .- Ibid.- Pág. 151.
[19] .- En Gramsci, ello equivale al momento de “crisis orgánica”, que resulta de una sobredeterminación de circunstancias y donde –además de un aumento de los antagonismos- existe crisis generalizada de identidades sociales. El “bloque histórico” gramsciano es el equivalente a la “formación discursiva” de Laclau; la unificación relativa del espacio político y social se da a través de puntos nodales y la constitución de identidades tendencialmente relacionadas. Laclau introduce el concepto de “formación hegemónica”, en la medida en que considera al “bloque histórico” – gramsciano – constituyéndose en un campo antagónico. Lo social no es nunca algo “cerrado”. Referir a “formación hegemónica” implica aludir a “la contínua redefinición de los espacios sociales y políticos, y a aquellos constantes procesos de desplazamiento de los límites que construyen la división social que son propios de las sociedades contemporáneas”. (Laclau/ 1987)
[20] .- Laclau, E.- Mouffe, Ch. Op. Cit- Pág. 163.
[21] .- Ibid.- Pág. 160.
[22] .- Laclau, E.- “Emancipación y diferencia”.- Edit. Espasa Calpe. Argentina / 1996.-

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